de Roberto Reyes Pérez

En fechas recientes una noticia se convirtió en tendencia (trending topic según el lenguaje digital contemporáneo) en las redes sociales meridanas: la apertura de una sucursal más de una franquicia cafetera transnacional en pleno centro de la ciudad. La estrategia de publicidad no se limitó a la difusión tradicional en medios locales de comunicación impresos y digitales, sino que inundó espacios centrales con muestras gratuitas y vales de descuento distribuidos para ser usados exclusivamente en su nueva sucursal.

Muestras de entusiasmo y expectación se manifestaron de inmediato en las redes sociales, la alegría de estar a la altura de otras ciudades reconocidas por la presencia de este tipo de equipamiento comercial se entremezcló con la ilusión de que su propuesta arquitectónica sea capaz de conciliar realidad con imaginario.

Nuestra ciudad capital daba, así, un paso más hacia su homologación con grandes ciudades del primer mundo: caminar por su centro histórico entre mesas y comensales con música en vivo acompañando nuestro andar, nos acercaban finalmente al París de los cafés sobre las aceras y con Edith Piaf cantando La vie en rose.

Probablemente nos preguntemos ¿qué tendría esto de malo? a fin de cuentas muchas estrategias de revitalización de zonas centrales urbanas (generalmente catalogadas como históricas) se sostienen sobre la incorporación de usos de suelo para la recreación, la cultura y, por supuesto, el consumo. Bajo tales circunstancias la llegada de grandes transnacionales resulta no solo fácil de anticipar sino digno de desear.

Otra estrategia común al momento de rescatar zonas centrales en procesos de abandono es la peatonalización; crear calles exclusivas para viandantes resulta igual de atractivo que la presencia de los usos de suelo antes mencionados.

¿Entonces? ¿qué hay de malo con todo esto?

Primero es importante establecer que en las ciudades, tal como en la física de Newton, a toda acción corresponde una reacción. Igualmente, es necesario reconocer que tales acciones (como las inacciones) son producto de intereses bien definidos que condicionan y determinan los espacios habitados, motivo por el cual los resultados obtenidos de estrategias como las señaladas no resultan casuales ni mucho menos fortuitos, por lo contrario, suelen anticiparse y esperarse.

Para muchos estudiosos del fenómeno urbano la presencia de franquicias transnacionales de moda en zonas centrales y en otros espacios simbólicos de la ciudad es motivo suficiente para prestar detallada atención y en ocasiones, incluso, causa de preocupación (alguno diría que estas presencias marcan “el inicio del fin”).

Miremos por ejemplo el caso de algunas de las calles que se peatonalizaron en el centro de la Ciudad de México. La calle Madero, modelo paradigmático en cuanto a la manera como se mueven y habitan los capitalinos, ha sido sumamente aclamada como un claro ejemplo de lo que sí es posible lograr a partir de estrategias de revitalización urbana: reconquistar la ciudad para aquellos que día a día la construyen.

Calle Madero, Ciudad de México

Diariamente millones de personas usan dicha calle, que enlaza dos de los principales espacios significativos de la ciudad: el Zócalo capitalino con la Alameda Central. Su éxito en estos términos parece indiscutible, pero preguntémonos ¿todo ha sido positivo?

Quizás los mayores impactos derivados del cierre de Madero a todo tipo de vehículo automotor permanezcan invisibles para la mayoría, pero no para los observadores que registran cambios ¿sigilosos? en diferentes escalas y ámbitos socio espaciales, todos estos inevitablemente interrelacionados, todos sin duda preocupantes.

Donde había antes una papelería de barrio hoy hay una lujosa tienda de artículos digitales, en lugar de aquella fonda que vendía comida a los trabajadores de la zona, hay ahora otro de los cafés de moda, y la tienda de zapatos y ropa con precios populares fue reemplazada por una cadena transnacional (dirigida principalmente a jóvenes de las clases económicas mejor acomodadas) que ocupa todos los niveles de algún edificio antes subutilizado u abandonado.

Galerías de arte, museos, bares en segundos y terceros niveles, fruterías de alto costo y comercios de lujo inundan la calle, y sustituyen paulatinamente a giros comerciales otrora característicos de la zona, joyerías, ópticas, zapaterías y tiendas de abasto popular; nada más que el mercado en su máxima expresión.

Es claro, la llegada de unos redunda en la expulsión de otros, y, como en todo modelo capitalista neoliberal, los expulsados resultan siempre los mismos, los que menos tienen, los más vulnerables, aquellos que de reconocer aquello que denominamos Derecho a la ciudad, lo hacen a partir de retóricas y discursos ajenos y lejanos a su realidad.

Es necesario ser precisos, los expulsados no son únicamente los que ejercían labor comercial alguna en zonas centrales recuperadas sino incluso aquellos que consumían los productos de dicha labor, los que buscaban en el centro satisfactores a sus necesidades básicas, y, que, en buena medida, las habitaban.

Pero ¿la presencia de un café? ¿un restaurante? ¿una tienda de ropa? en nuestro centro ¿resulta motivo suficiente de preocupación? Como comentamos antes, quizás sea tan solo el principio, o, si observamos con detalle y permanecemos atentos, tal vez sea un paso más.

Es claro, siempre podremos pecar de alarmistas, pero nunca de ingenuos.