PRÓLOGO.
Este artículo se estuvo gestando entre el 10 de noviembre y el 10 de diciembre de 2017, para vincularlo de alguna manera, con los anteriores en los que abordé el tema de las normas urbanas. Sin embargo, cuando en los primeros días de diciembre estuvo listo, decidí no enviarlo para su publicación, hasta después de quedar seleccionado e instalado el Comité de Participación Ciudadana del Sistema Estatal Anticorrupción. Así que esta es una aportación para que quien lo lea, tenga una idea más clara de las figuras más comunes de cómo se presenta la corrupción, pero lo más importante, cómo involucrarnos en su combate.
A partir de la década de los años ochenta, la palabra que se menciona cada vez más es CORRUPCIÓN, calificativo para todo aquello que esté (por principio e inercia) directamente relacionado, con cualquier autoridad, especialmente si son personas relacionadas con cualquier órgano de gobierno y, francamente, el uso y abuso de dicho adjetivo en los escenarios social, religioso, académico, profesional, empresarial, mediático, con o sin razón, y lo que es peor, como chisme barato, ya me tiene harto, porque a este tema se le dedica mucho tiempo explotando el escándalo amarillista, con intenciones de descrédito, exhibicionismo y hasta como chantaje, pero con poco interés en poner soluciones y actuar en consecuencia.
Estoy más que convencido de que la corrupción es un antivalor que se gesta, desde tiempos inmemorables, en la misma sociedad, presentándose con diferentes matices y magnitudes, desde la pequeña mentira o del chisme doméstico, hasta llegar a los actos escandalosos de gran impacto social, económico y político, que es pan de todos los días y en la mayoría de los países.
Permítanme citar algunas frases sobre el tema. Las dos primeras de origen presidencial, que tienen mucho de verdad pero que me disgustan por su origen y, porque no todos los individuos la practican. La más antigua, cuya frase original era: La solución somos todos, pero la sabiduría popular la parodió quedando: “La corrupción somos todos” y la más reciente, de primera mano y sin cambios: “La corrupción es un problema cultural”.
A éstas les sumo otras frases sobre el mismo calificativo, una de origen popular: “Quien no tranza no avanza”; ahora mi aportación: “no existe una fabrica o tienda donde troquelen funcionarios, éstos salen de la sociedad cuando algunos individuos son invitados, por amigos, o como recomendados, para sumarse a una administración pública”. Otras dos frases expresadas por ciudadanos comunes: “Cuando en un tazón te serviste frijoles y hay uno podrido, seguro que los otros frijoles que están en la olla, también están podridos”, y finalmente, “A un funcionario corrupto, lo alimentan al menos 20 interesados en mantenerlo corrupto”.
Por otro lado, para la sociedad en general, existe un arraigado prejuicio: basta que alguien acepte una responsabilidad pública y se presente como funcionario o servidor público para que de inmediato y sin mediar nada, lo califiquen de bandido y de corrupto, a pesar de que socialmente se le consideraba una persona honesta, así que, por aceptar la invitación, el individuo se muta en un ser corrupto.
Ah, pero la sociedad en general, que se considera blanca e inmaculada, cree tener el derecho de emitir juicios, expandidos por los medios informativos formales e informales y ahora peor, empleando los medios cibernéticos, con suficiente carga viceral para desacreditar al señalado. Solamente una muy pequeña parte de la sociedad acepta que, quien es tranza ya viene arropado y con los genes bien cargados para poner en funcionamiento y sacar el mayor provecho de su comportamiento deshonesto.
Pero también es una falsedad sostener que la corrupción no existe, porque es irracional e imposible tratar de tapar o justificar los abusos que han llegado a niveles escandalosos y lo que es peor, con una impunidad que alarma y que, por ello, es tan difícil de erradicar.
Entonces, ¿en dónde se origina la corrupción?
Para quien esto escribe, en la pérdida de los principios universales y en los valores que tenemos como familia, comunidad y sociedad. Se ha perdido la conciencia cívica y el sentido de pertenencia a una comunidad.
Pero dejemos por un momento las expresiones populares, opiniones personales, emociones y frustraciones, y veamos que dicen los especialistas.
En un trabajo de Julián Pérez Porto y María Meríno, publicado en 2014, escriben:
“El concepto, de acuerdo al diccionario de la Real Academia Española (RAE), se utiliza para nombrar al vicio o abuso en un escrito o en las cosas no materiales. Corrupción es la acción y efecto de corromper (depravar, echar a perder, sobornar a alguien, pervertir, dañar). La corrupción, por lo tanto, puede tratarse de una depravación moral o simbólica; pero en otro sentido, es la práctica que consiste en hacer abuso de poder, de funciones o de medios para sacar un provecho económico o de otra índole. Se entiende como corrupción política al mal uso del poder público para obtener una ventaja ilegítima. El tráfico de influencias, el soborno, la extorsión y el fraude son algunas de las prácticas de corrupción, que se ven reflejadas en acciones como entregar dinero a un funcionario público para ganar una licitación o, pagar una dádiva o coima (mordida) para evitar una clausura. Este aumento de los casos de corrupción a nivel mundial, se debe a la impunidad con la que se actúa, la falta de dureza en las leyes y, una reforma política generalizada.”
Otros autores definen a la corrupción, dentro de un enfoque social y legal como:
“… la acción humana que transgrede las normas legales y los principios éticos. (Por lo que…) La corrupción puede darse en cualquier contexto.
“ … . Se puede decir que la corrupción significa el incumplimiento de manera intencionada del principio de imparcialidad con la finalidad de extraer de este tipo de conducta un beneficio personal o para personas relacionadas, … , para conseguir una ventaja ilegítima, acto que se comete de manera secreta y privada.”
Hasta aquí podemos ver que el tema de la corrupción no se le puede atribuir exclusivamente al funcionario o servidor público, sino que es un tema que involucra a la sociedad en general y debe tratarse como un asunto de interés social, económico y político.
Según los estudios de Stephen D. Morris (La Corrupción en México, 2012), y de Guillermo Brizio, Habrmas, Peters y Welch, Alatas, y Gong, veamos cuáles son los principales campos o cómo se presenta la corrupción, principalmente en el ámbito de la administración pública:
El soborno (el más frecuente, como dádivas para evitar una sanción o acortar un trámite), el tráfico de influencias (el servidor favorece a un tercero para obtener un beneficio), el peculado (el enriquecimiento ilegítimo a costa de recursos del estado), la extorsión (cuando hay amenaza sutil o directa para entregarle al funcionario directa o indirectamente una recompensa por un servicio), el fraude (uso o venta ilegal de bienes del estado en custodia) y, la falta de ética (cuando el servidor público no cumple con los valores de su institución, es decir con: honestidad, responsabilidad, profesionalismo, espíritu de servicio).
En términos generales, estos mismos autores (deben de haber otros) citan 4 factores culturales que abonan los actos de corrupción, a saber:
- La existencia de una enorme tolerancia social;
- La existencia de una cultura de la ilegalidad generaliza o reducida a grupos sociales específicos;
- La persistencia de formas de organización y de sistemas normativos rebasados; y,
- La escasa vigencia de la noción de nación con la ausencia de una solidaridad en el bien común.
Para la Secretaría de la Función Pública, en documento publicado en diciembre de 2013, define la corrupción como:
“Consiste en el abuso del poder para beneficio propio. Puede clasificarse en corrupción a gran escala, menor y política, según la cantidad de fondos perdidos y el sector en el que se produzca.”
Corrupción a gran escala: La corrupción a gran escala consiste en actos cometidos en los niveles más altos del gobierno que involucran la distorsión de políticas o de funciones centrales del Estado, y que permiten a los líderes beneficiarse a expensas del bien común.
Actos de corrupción menores: Los actos de corrupción menores consisten en el abuso cotidiano de poder por funcionarios públicos de bajo y mediano rango al interactuar con ciudadanos comunes, quienes a menudo intentan acceder a bienes y servicios básicos en ámbitos como hospitales, escuelas, departamentos de policía y otros organismos.
Corrupción política: Manipulación de políticas, instituciones y normas de procedimiento en la asignación de recursos y financiamiento por parte de los responsables de las decisiones políticas, quienes se abusan de su posición para conservar su poder, estatus y patrimonio.
Con todo el respeto que me merece la Institución, tal vez esta clasificación tenga que ver con la sanción que se aplicaría según la gravedad del hecho pero, en lo personal, la corrupción es corrupción, no importa su escala y ésta, por principio debe ser inadmisible, por lo que solamente veo tres caminos para empezar a erradicarla, caminos que deberán realizarse de manera simultánea:
- Una revisión del marco jurídico para adecuarlo a nuestras realidades;
- Una re-educación en todos los niveles, reforzando los principios y valores éticos y cívicos;
- Desalentar y acabar con la impunidad, aplicando sanciones que realmente sean efectivas.
Y lo fundamental, el compromiso social de no intentar corromper a nadie.